Con cinco años, fingía que escribía. Rayitas y círculos, imitando las que hacía mi madre en un cuaderno, que por la noche se convertían en aventuras, caballos y lobos, bosques y mares. Magia. Quería ser mago, como ella.
Luego me hice periodista, porque era una manera de escribir. Sobre todo en el aire, porque trabajé en la radio 16 años. Hasta que un día, cerca ya de los 40, me atreví a cumplir el sueño de aquel niño ágrafo. Y aquí sigo, cuarenta y pico libros después, una película después. Ahora trato de sembrar ese mismo deseo de escribir en los niños. Les digo que el mundo se cambia soñándolo mejor. Es decir, escribiendo, pintando, cantando, fotografiando. Aquí, y en los campamentos de refugiados del Sáhara, para que en la arena florezcan ideas, el mejor abono para la libertad.